Por Eduardo Camacho Rivera
Columna Trasfondos
La falta de credibilidad ciudadana en los partidos políticos ocasiona que, invariablemente, en cada proceso electoral uno o varios de ellos pierdan su registro local y/o nacional, al no obtener el mínimo de votos para mantener su permanencia en el escenario comicial.
Este lunes, el Pleno del Tribunal Electoral de Quintana Roon (Teqroo) determinó confirmar la pérdida de registro como partidos políticos locales a Confianza por Quintana Roo y Movimiento Auténtico Social, al confirmar las resoluciones emitidas en ese mismo sentido por el Consejo General del IEQROO, pues ambos partidos no alcanzaron el 3% del voto ciudadano en las elecciones locales del pasado 6 de junio.
A nivel nacional, perdieron por su parte el registro los partidos Encuentro Solidario, Fuerza Por México y Redes Sociales Progresistas, al obtener por igual menos del 3 por ciento de los comicios para conservar su permanencia.
Tanto los partidos locales Confianza por Quintana Roo y Movimiento Auténtico Social, como los otros tres mencionados en el anterior párrafo, buscan revertir su desaparición con sendas impugnaciones ante los tribunales electorales de la más alta instancia, pero parece difícil –que no imposible- que alguno de ellos logre sobrevivir.
Hace tres años, uno de los tantos partidos satélites –parte de la “chiquillada” diría con su recurrente ironía el nada bien recordado ex presidente Vicente Fox-, recuperó de manera por demás inesperada su registro nacional, se trata del Partido del Trabajo (PT).
Tras las elecciones federales realizadas el 07 de junio del 2015, en el Distrito 01 de Aguascalientes se ordenó realizar votaciones extraordinarias, en las que el PT obtuvo los votos necesarios (el 3.2 %) para sobrevivir. De inmediato se le restituyó su registro, y hasta ahora sigue campante y gozando las mieles de los generosos financiamientos de los estados y del INE.
El negocio es formidable: como dirigente o gente del poder político o económico, tienen acceso no solo a los más apetecibles cargos de la administración pública del país, los estados y los municipios, sino a una magnífica bolsa de financiamiento que ha permitido vivir muy cómodamente a muchos grupos, familias y pandillas que se han apropiado del control de esos entes políticos.
Una de las estrategias para sobrevivir ha sido actuar en forma parasitaria: se coaligan con los partidos de mayor peso electoral, y se vuelven sus incondicionales con tal de continuar vigentes, lo que en nada abona al desarrollo democrático del país.
Es el dichoso y cada vez más cuestionado régimen de partidos políticos. Es la forma institucional de acceder a los puestos de elección popular, con todo el enorme gasto de recursos y el desprestigio casi generalizado ante el electorado.
Sería muy aventurado exponer que Morena goza de la aceptación ciudadana. Es AMLO el gran motor electoral de ese partido.
El caso es que, en tanto, son los partidos los que ostentan el monopolio del acceso a los cargos de elección popular; su financiamiento les es religiosa y puntualmente entregado, y ellos lo ejercen con terrible opacidad.
Pero no parece pasar nada. El régimen de partidos es y parece que seguirá prácticamente intocable por un muy prolongado tiempo. Para mal de la ciudadanía y del país.